by Thomas Gray (1716 - 1771)
Translation by Miguel Antonio Caro (1845 - 1909)
El cementerio de la aldea
Language: Spanish (Español)  after the English
Ya de la queda el toque reposado Anuncia el fin del moribundo día, Y por la loma el mugidor ganado Camina lentamente á la alquería. El cansado gañán por el sendero Toma á su pobre choza con premura, Y abandonando el universo entero A mí lo deja y á la noche oscura. Turbio, indistinto miro por doquiera Borrarse ya el paisaje antes hermoso: El viento duerme; en derredor impera Quietud solemne, funeral reposo. Y sólo se oye el vuelo y el zumbido De la cigarra en los pelados cerros, Y del rebaño en el lejano ejido El soñoliento son de los cencerros; O ya, de aquella torre que abrazada La hiedra tiene con verdor lascivo, Que alza á la luna blanca y argentada Su amarga queja el buho pensativo, Contra los que profanos y atrevidos Quebrando con sus pasos el misterio De estos bosques hojosos y escondidos, Turban su antiguo y solitario imperio. Bajo de aquellos álamos nudosos, Del tejo melancólico á la sombra Donde se alza en mogotes numerosos El césped verde en desigual alfombra, En su estrecha morada colocados Bajo la humilde cruz que allí campea, Descansan sin afanes ni cuidados, Los rústicos abuelos de la aldea. El leve soplo, el plácido gemido Del viento en la aromática mañana; La golondrina en el pajizo nido Sus dulces trinos repitiendo ufana; La aguda voz del gallo vigilante, La ronca trompa y el clarín risueño, No alcanzarán ya más un solo instante A despertarlos de su eterno sueño. No más para ellos el hogar sagrado Dará su alegre fuego en el invierno, Ni de la esposa el sin igual cuidado Les mostrará su afán y afecto tierno; Ni sus niños con pláticas sencillas Esperarán con mágico embeleso, Para trepar después á sus rodillas Y disputar el envidiado beso. ¡Cuántas veces la espiga ya madura Dobló á sus hoces la cerviz dorada! ¡Cuántas otras la gleba inerte y dura Rompió su reja y quebrantó su azada! ¡Oh, cuál gozaban al lanzar con brío En el abierto surco el rubio grano! Y cómo resonaba el monte umbrío Del hacha al golpe en su robusta mano! No la ambición se mofe envanecida Con insultante risa y gesto duro. De los humildes goces de su vida, Y destino pacífico y oscuro. Ni escuche desdeñosa la grandeza, A quien ciegos adoran los mortales, Torciendo con desprecio la cabeza, Del pobre los domésticos anales. El fausto de alta alcurnia, el gran tesoro, Y del poder la pompa soberana, Y cuanto la hermosura y cuanto el oro Dar han podido á la ambición humana, Todo tiene la misma triste historia, Todo en un mismo fin acaba y cesa, Y la senda brillante de la gloria Sólo conduce á la profunda huesa. Ni los culpéis ¡oh vanos y orgullosos! Si sus tumbas no adorna un monumento Con trofeos lucidos y vistosos Que á la voz de la fama den aliento. En vasto templo, al esplendor radiante De la luz que refleja en jaspe y oro, Donde en la inmensa nave resonante Se oye el clamor del órgano sonoro. ¿Pueden marmóreo busto, urna esculpida. En donde el arte sus primores vierte, Volver á dar respiración y vida Al que duerme en el seno de la muerte ¿Pueden vagos y estériles honores A esos huesos tornar su antiguo brío, Y hacerse oír los ecos seductores De la lisonja, en el sepulcro frío? Talvez en ese sitio despreciado Descansa un corazón noble y hermoso, De sacro fuego celestial colmado, Y lleno de entusiasmo generoso. Talvez se pudren manos que pudieran Regir el cetro augusto dignamente, Que si las cuerdas de la lira hirieran, Excitaran un éxtasis ferviente. Pero á sus ojos el saber divino Que guarda de los tiempos el tesoro, Ni abrió su libro, ni mostró el camino Que guía adonde crece el lauro de oro. Su altiva inspiración con ceño adusto Heló la triste y mísera pobreza, Y la suerte secó con soplo injusto El raudal que les dio naturaleza. ¡Cuánta perla gentil, rica y lozana. De puro brillo y esplendor sereno, Vedada siempre á la codicia humana Guarda la mar en su profundo seno! ¡Ay, cuánta flor ostenta sus primores En retirado valle sola y triste, Y en medio de su aroma y sus colores Nadie la mira y para nadie existe! Aquí talvez un Hampden campesino Yace, cuyo vigor y noble celo Supieron contener en su camino De la aldea al soberbio tiranuelo; Algún oscuro Milton escondido Cuya alma no inflamó fuego sagrado; Un Cromwell para el mal desconocido, Y de la sangre patria no manchado. El aplauso arrancar con elocuencia De un Senado suspenso á sus acentos, Despreciar con heroica indiferencia La flecha del dolor y los tormentos; Sobre un país risueño y delicioso Derramar la abundancia sin medida, Leer su historia escrita en el gozoso Rostro de una nación agradecida, La suerte les vedó. Ceñidas fueron Sus virtudes á límites estrechos, Ni más allá sus faltas se extendieron Del corto asilo de sus pobres techos. Ni por sendas de víctimas cubiertas Subieron á la cumbre soberana, Ni de la tierna compasión las puertas Cerraron nunca á la miseria humana. Ni supieron ahogar con agonía De la conciencia el grito penetrante, Ni el incienso de dulce poesía Rendir ante el altar del arrogante. Lejos del mundo vil que despreciaron Y de su hueco orgullo y desvarío, Sus modestos deseos los salvaron De locura, de error y de extravío. Y por los valles frescos y frondosos De la humana existencia, en el retiro, Siguieron su camino silenciosos Hasta exhalar el postrimer suspiro. Mas para proteger de insulto impío Estos huesos, aun miro levantadas Pobres memorias que su polvo frío Cubren con tosca gala ornamentadas. Y contemplo en sus verdes sepulturas Que cuidó amiga mano con esmero, Rudos versos, informes esculturas Que mueven á piedad al pasajero. Una rústica Musa aquí ha grabado Sus nombres y su edad, breve memoria Que sustituye al canto levantado, Y al rumor de la fama y de la gloria. Y veo en otras piedras, entretanto Que estas tristes reliquias examino, Textos que nos ofrece el Libro Santo Y enseñan á morir al campesino. Porque ¿quién al mirarse condenado A amarga soledad y eterno olvido, Del todo y para siempre ha renunciado A recordar las horas que ha vivido? ¿Quién, al perder el gozo y la alegría Del claro sol y del brillante cielo, No lanzó una mirada en su agonía Y no tornó sus ojos hacia el suelo? ¡Ay! cuando el alma su morada deja, Pide tierno cariño en su quebranto, La turbia vista en lamentable queja Demanda el dón de compasivo llanto. Hasta en el fondo de la tumba helada Su augusta voz levanta la Natura, Y en las yertas cenizas abrigada La llama está de amor y de lernura. Tú, que haciendo memoria de los muertos Sin honor á la tierra encomendados, En estos versos, si sencillos, ciertos, Sus vidas cuentas é inocentes hados; Si un corazón simpático, embebido Y á solas meditando aquí llegare, Y por la suerte y fin que te ha cabido Con cariñoso anhelo preguntare; Talvez responda á su demanda pía Un anciano pastor con triste acento: "Aquí mil veces al rayar el día Satisfecho le vimos y contento; "Ya hollando con sus pasos presurosos El rocío, á la brisa matutina, Para gozar los rayos deliciosos Del sol naciente en la gentil colina; "O del flexible fresno al pie sentado, Cuyas raíces viejas y torcidas Se extienden caprichosas por el prado En la grama vivaz entretejidas; "De la mañana pura al fresco ambiente, A la margen del plácido arroyuelo, Contemplando el cristal de la corriente Que retrata los árboles y el cielo. "Ora en el bosque umbroso recostado Con amargo desprecio sonreía, Ora en sus pensamientos abismado Los solitarios campos recorría; "En ocasiones grave, en otras ledo. Siempre en continua y desigual mudanza, Ya inspirando piedad, ya horror y miedo, Como herido de amor sin esperanza. "Un día en la colina acostumbrada Le perdimos de vista, y le buscámos, Y la pradera verde y esmaltada Y el árbol favorito visitamos. "Y corrió un día más, y ni á la orilla Del arroyo fugaz que frecuentaba, Ni en el valle profundo que se humilla, Ni en el alto collado se encontraba. "Hasta que al otro, en procesión doliente De la campana al son, con triste llanto, Le vimos conducido lentamente Por la senda que guía al campo santo. "Acércate, y pues sabes, su destino Leerás en la inscripción que ves escrita En esa losa, bajo el viejo espino Cuya desnuda copa el viento agita." EPITAFIO Aquí reposa, y la cansada frente Reclina de la tierra sobre el seno, Un mancebo ignorado de la gente, A la Fortuna y á la Fama ajeno. Su pobre cuna, y de su infancia el llanto La ciencia no miró ceñuda y fría, Y sobre él al nacer tendió su manto La santa y celestial Melancolía. Fué su alma noble y pura; fué sincero Su corazón, y su piedad inmensa; Y el cielo favorable y lisonjero, Le concedió abundante recompensa. De una sentida lágrima el consuelo— Y era cuanto tenía— dio al mendigo; Y mereció de la piedad del cielo— Y era cuanto anhelaba— un buen amigo. No su virtud y méritos explores Escudriñando con afán curioso, Ni pretendas sus frágiles errores Sacar de este recinto pavoroso. Los ha pesado en imparcial balanza De la justicia el inflexible brazo, Y reposan con trémula esperanza De su padre y su Dios en el regazo.
Authorship:
- by Miguel Antonio Caro (1845 - 1909), "El cementerio de la aldea", appears in Traducciones poéticas, Bogotá, Librería Americana, calle XIV, n. 77, 79, first published 1889 [an adaptation] [author's text checked 1 time against a primary source]
Based on:
- a text in English by Thomas Gray (1716 - 1771), "Elegy written in a country churchyard"
Musical settings (art songs, Lieder, mélodies, (etc.), choral pieces, and other vocal works set to this text), listed by composer (not necessarily exhaustive):
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Researcher for this page: Andrew Schneider [Guest Editor]
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